Te pienso, eso me molesta demasiado. Siento como el corazón se me estruja, las mejillas se enrojecen y cómo me pica el cuerpo de la incomodidad, eso ahora eres dentro de mí, un ente amargo que no se va… ¿que no puedo soltar?
He reflexionado sobre porque me cuenta tanto dejarte, quizás por la costumbre del malestar, tanto que cuando se va todo se siente como aburrido, ¡qué barbaridad! Honestamente no te he necesitado estos meses, ¿por qué ahora me fastidia tu existencia?
Quizás lo que me duele es reconocerme en la violencia padecida en ese vínculo, que el lobo se haya disfrazado de la tierna abuelita para aprovecharse de mi vulnerabilidad emocional, de mi incapacidad para poner límites y seguirte como una niña indefensa. En cuanto no pudiste manipularme, aceptaste que era mejor dejarme ir, pero yo sigo molesta.
Me enfada que jamás vas a disculparte sinceramente, que yo guardo la esperanza de que te des cuenta de tus acciones cometidas contra mí y logres empatizar. Vaya que si me gusta pensar en cosas imposibles.
Quisiera perdonarte porque no merezco, mucho menos necesito, un costal de malas intenciones en mi vida. Lo intento.