—Uno, dos, dos y medio, dos y tres cuartos. Listos o no, allá voy.
Ella se encontraba contando con los ojos cerrados hacia la pared. Por mucho que contara ya era demasiado tarde, todos se habían ido.
Terminó de contar, se dispuso a buscarles. Recorrió los riachuelos, levantó las enormes hojas de las plantas pero no encontró a nadie.
Así pasaron días, días, días, se fueron acumulando. Pero ella no perdía la esperanza de volver a escucharles, de volver a verles.
El tiempo hacía lo suyo, pero el aire se había llenado de tristeza. Ella como habito tomó el seguir contando y buscando.
Nadie aparecería.